Análisis de White Day: A Labyrinth Named School

Tengo un especial cariño por las leyendas urbanas, entendiendo como tales no las conspiranoias del estilo "Walt Disney está congelado" o "me crucé con el Rey en moto", sino las historias que tratan de encontrar el terror en lo cotidiano. Me fascina la manera en que lo que en esencia es una fábula (en muchas ocasiones de moraleja conservadora) se convierte en rumor y de ahí pasa al imaginario popular. Por eso siempre me despierta la curiosidad cuando un juego de terror las incorpora como algo propio y aprovecha su poder para despertar la imaginación del jugador, como es en el caso del juego que nos ocupa.

White Day: A Labyrinth Named School es un remake de un juego de terror coreano de culto lanzado en 2001. Una primera versión llegó a smartphones en 2015, y ahora estará disponible también en PC y PS4. Su protagonista es Lee Hui-min, que acude de noche a la escuela para dejarle unos bombones en el White Day (en Corea la mujer regala bombones en San Valentín y el hombre un mes después en el WD) y devolverle su diario a la chica que le gusta, Han So-young. Nada más entrar la puerta se cierra, dejándole encerrado en el colegio junto a So-young, sus amigas Kim Seong-ah y Seol Ji-hyun, conserjes con ganas de asesinar estudiantes fuera de horario y un montón de fantasmas.

Este juego de terror en primera persona se siente sorprendentemente actual pese a tener casi dieciséis años. El remozado de gráficos e interfaz (y sobre todo la eliminación de bugs) consigue que el título rejuvenezca. Los ingredientes del juego son los típicos: un protagonista desvalido, un enemigo invencible que patrulla sin cesar el entorno, un montón de puertas cerradas que requieren puzles para ir abriéndose camino a base de recoger objetos, backtracking, sigilo y oscuridad.

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